¿QUIEN ADORNÓ LAS ABUBILLAS CON

 PENACHO DE PLUMAS?

 

A unas tres semanas de viaje desde Jerusalén. Salomón construyó una ciudad maravillosa, con lindos palacios y jardines colgantes, que se llamó Tadmor. Allí iba Salomón, cuando sus deberes le pesaban demasiado. Para viajar allí, montó una gran águila blanca, y así la gente sabía, cuándo se iba y cuándo regresaba. Pasó una vez, que el águila hizo su vuelo acostumbrado hacia Tadmor cuando, en la mitad del camino, a Salomón le vino una insolación y casi se desmayó. Se podría haber caído del lomo del águila, si no hubiera venido una bandada de abubillas, quienes notaron el problema en que se encontraba Salomón. Volaron tan rápido como el viento y, agrupándose, formaron sombra y protec­ción sobre su cabeza. Así que no se desmayó, ni se cayó del lomo del águila.

 

"Ustedes me hicieron un favor muy grande" - dijo Salomón.­-Pídanme lo que quieran, y yo se los otorgaré."

 

Las abubillas hicieron un consejo entre sí y su Rey se presentó delante de Salomón y le dijo:

 

"Lo hemos pensando mucho sobre este asunto, y quisiéramos tener penachos de oro como coronas para nuestras cabezas".

 

"Que sea así". - les dijo Salomón. - "Sin embargo, sepan que su elección no es muy sabia."

 

Las abubillas no prestaron mucha atención a lo que les dijo Salomón, pero llegaron en grandes bandadas, para recibir su penacho de oro. Empezaron a estar muy orgullosas y ya no se agruparon con otras aves. Con mucha frecuencia, sobrevolaban lagos para ver el reflejo de su belleza en el agua. En cualquier lugar donde había un charco de agua en el suelo, se paraban para admirarse a sí mismas.

 

Un cazador, al darse cuenta de este nuevo rasgo de las abu­billas, preparó una trampa en un charco de agua como carnada. Apenas echó un poco de agua, vino una abubilla vanidosa para admirar su reflejo. El cazador llevó el penacho dorado a un artesano quien le pagó por eso y le pidió que le trajera muchos más. Este artesano, a su vez, llevó el penacho a un joyero, quien le dió un cuarto talento de oro por eso, y dentro de poco se divulgó la noticia de que uno podría hacerse millonario juntando los penachos de las abubillas. Todo el mundo empezó a cazarlas, y mataron a muchos miles. No había ningún lugarcito seguro para las pobres abubillas.

 

En un sitio muy alejado en los bosques, los últimos sobrevi­vientes de las abubillas tuvieron una reunión y decidieron que lo mejor que podían hacer era, ir a ver a Salomón y pedirle que les quitara el penacho de oro. Salomón escuchó su pedido y les dijo:

 

"Ustedes no quisieron creerme, cuando les dije que su elección sería la causa de su ruina. Su apuro y su orgullo les trajo su caída.  Pero yo no he olvidado su gentileza, así es que voy a cambiarles sus penachos de pluma en lugar de los de oro, lo que resultó ser una trampa para agarrarlos."

 

Las abubillas se fueron y comprobaron que habían recuperado la tranquilidad y la seguridad de su vida.

 

 

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