UN PREDICADOR Y SU MEMORIA
Para un sábado especialmente agradable, dos predicadores itinerantes llegaron a la misma ciudad. Venían de diferentes lugares, y no se conocían. Sólo por casualidad, llegaron al mismo tiempo. El nombre de uno era Boruj; el otro se llamaba Soruj. Hacia mediodía de viernes, Boruj se fue a ver al presidente de la sinagoga y le dijo que quería predicar en la sinagoga en Shabat. El presidente le dijo:
"¿Una derashá (es decir, un sermón)? ¡Qué bien! Todos vamos a venir a escucharla. Mañana es Shabat, y podemos tener el sermón por la una de la tarde." - Con esta respuesta, Boruj se fue.
¿Y qué les parece, que hizo Soruj? Ustedes deben saber que en muchas sinagogas, hay dos presidentes. Así. Soruj se fue a visitar al otro presidente y le dijo, que quería dar un sermón. El otro presidente estaba muy contento y le dijo: - "Por supuesto. Venga mañana por la tarde a la una, y todos vamos a estar presentes para escucharlo. "
De la misma manera como los dos predicadores no sabían el uno del otro, ni que habían hecho un arreglo, tampoco los presidentes supieron que habían coincidido el mismo compromiso para la misma hora.
En esa ciudad no había sino una posada. Y de este modo, los dos predicadores se alojaron allí. Se sentaron a comer juntos al lado de la misma mesa. No se conocían, y no sabían, que el otro también era un predicador; al fin, hay tantos judíos en el mundo, y no todos son predicadores. Después de la comida, cada uno se fue a su pieza para dormir. Casualmente, las dos piezas estaban una al lado de la otra, y había entre ellos una pared delgada. Alrededor de las dos de la madrugada, Soruj se levantó de la cama, se lavó, se vistió y empezó a dar un sermón. Boruj, en la pieza adyacente, no podía imaginar el motivo por que se levanta un judío a medianoche, a dar un sermón: uno habló, el otro escuchó. Soruj no habló en voz alta, pero era suficientemente fuerte para que Boruj pudiera escuchar cada palabra, e incluso cada entonación. El sermón duró una hora. Después Soruj descansó un poco y empezó a dar el sermón una vez más, y después una tercera y una cuarta vez. Boruj lo escuchó con tanta intensidad, que se aprendió todo el sermón, desde la Alef hasta la Taf, - (la primera y la última letra del Alef- Bet, que es el abecedario hebreo).
El sábado por la tarde, a la una, ambos predicadores llegaron a la sinagoga. La comunidad judía estaba presente en su totalidad. Los presidentes vieron entrar a los predicadores, y se miraron el uno al otro: ¿Qué es eso? En ese momento se descubrió que había dos predicadores en la ciudad, y que ambos recibieron la invitación para dar una prédica esta misma tarde. ¿Y ahora, qué se hace? Se decidió que ambos hablaran. Eligieron a Boruj para que fuera primero, porque era el mayor. Y después, Soruj. Ahora, Boruj sabía de memoria la predica de Soruj, subió al púlpito y la pronunció, palabra por palabra. Mientras estuvo hablando, Soruj estaba totalmente fuera de sí. No podía entender cómo llegó a saber este predicador su sermón, palabra por palabra e, incluso, con la entonación exacta.
Pero mordió sus labios y se quedó en silencio, mientras Boruj bajó del púlpito. Todos los oyentes estaban muy contentos, pues fue realmente un sermón muy bueno.
Pero Soruj estaba muy angustiado. ¿Qué va a hacer él ahora? ¿De qué va a hablar? ¿Cómo podría hablar sin preparación? De repente, tuvo una inspiración. Subió al púlpito y dio el mismo sermón, palabra por palabra, lo que había dado Boruj. El público quedó atónito, con la boca abierta, pendientes de cada palabra. Cuando Soruj terminó su prédica, encontró un gran alboroto en la sinagoga. "¡Qué estudioso! ¡Qué memoria!" - comentaron todos, al pensar que, después de haber escuchado la prédica una sola vez, este gran sabio era capaz de repetir un sermón tan largo, palabra por palabra. Sería una pérdida enorme, una lástima, perder a alguien tan maravilloso. Así que lo invitaron para que se quedara con ellos como su rabino.
Moraleja: No se debe utilizar ni aprovechar lo que se obtiene con malas intenciones.
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