LA  VESTIMENTA  DEL MEDICO

Vivía una vez en el Oriente un famoso médico judío cuyo nombre era Hamón. Su renombre se extendía a todos los países, pero un día se dijo a sí mismo: - "Voy a viajar a países lejanos. Ojalá que encontrara allí médicos mejores y más hábiles que yo. Aprenderé de ellos y aumentaré mis conocimientos."

Hamón realizó lo que había pensado. Ensilló su asno, llenó sus bolsillos con todo tipo de medicamentos y hierbas medicinales y partió de su ciudad hacia tierras lejanas. Cruzó muchas ciudades, llegó a países lejanos y curaba a muchos enfermos sin remunera­ción. Lo recibieron en todos lados con mucho aprecio y mucha honra.

Una vez llegó a las proximidades de una ciudad grande y se sintió muy cansado. Bajó de su asno y se sentó para descansar. Puso su bolso debajo de su cabeza, y se durmió.

Vino un bribón, un sinvergüenza, y vio a Hamón durmiendo. Sacó su vestido harapiento y lo puso en la tierra. Le quitó al médico, que estaba dormitando, su preciosa vestimenta, tomó el asno y desapareció.

Cuando Hamón se despertó, notó que estaba desnudo y descalzo, y al lado suyo había vestidos rotos y muy usados. Al echar una miradita alrededor suyo, vio que su asno tampoco estaba allí. Enseguida comprendió, que un sinvergüenza le había robado todas sus pertenencias.

 

Hamón se vistió con los harapos, agarró su bolso y se fue a la ciudad. Al pasar delante de una casa muy grande y linda, escuchó un llanto desesperado. Entró y vio a un muchacho enfermo, acostado en su cama, mientras tanto su padre y su madre rogaban a tres médicos para que salvaran a su único hijo de la muerte. Pero los médicos explicaron que contra su enfermedad, no existía reme­dio alguno.

Hamón echó una mirada al muchacho enfermo y dijo a sus padres: - "Escúchenme: entreguen al niño en mis manos. Con los medicamentos que tengo en mi bolso, lo sanaré".

Los médicos lo miraron con desprecio y dijeron: - "¿Este dice ser un médico?"

El padre del muchacho enfermo le dijo con mucha furia: - "¿Te parece que es Justo si te burlas de mí, bribón infame?"

Después de hablar así, lo echó de su casa y cerró la puerta detrás de él.

Cuando los médicos se fueron, la mujer le dijo a su marido: -"Tú actuaste muy mal. ¿Por qué echaste a este hombre de la casa? No prestaste atención a sus palabras. ¿Y si él hubiese podido sanar a nuestro hijo, y salvarlo de la muerte?

Le contestó su marido: - "¿Por qué estás hablando tonterías? Tú también has visto su vestimenta y su bolso roto, en el cual no había otra cosa sino pan seco. Y tenía sus zapatos muy gastados. El hombre debe ser un pobre tonto, que vino a fin de hacer una broma."

Mientras estaban hablando, murió el niño. El padre y la madre lloraron, hasta que ya no tuvieron más fuerzas.

Pero Hamón pensó: - "El hombre me consideró tonto y por eso me ha expulsado de su casa con vergüenza y burla. Bueno, yo voy a contar a la gente de la ciudad quien soy, y cual es mi nombre. Entonces, los enfermos van a venir a verme, y yo los furaré."

Al día siguiente, Hamón caminó por las calles de la ciudad y gritó: - "Todos aquellos que están enfermos, vengan a verme. Los curaré, pues yo soy el famoso médico Hamón.

Todos que lo escucharon, lo consideraron loco y lo eludieron. Cuando Hamón vio que la gente no quiso escucharlo ni acercarse, se sentó en la calle, sacó de su bolsillo todo tipo de medicamentos, remedios y plantas medicinales y los depositó delante de sí. Estos hicieron sentir su olor exquisito, y todos los que pasaron en la calle, se deleitaron y se refrescaron por el aroma. Muchos hombres y mujeres se juntaron alrededor de él y dijeron:

"Si es cierto que tú eres el famoso médico Hamón, dinos, ¿por qué tienes la apariencia de un hombre pobre que pide limosna?"

El les contó todo lo que le pasó durante el camino.

Luego vinieron a verle mucha gente, hombres y mujeres. El les dio tratamiento y se curaron. Cuando escuchó esto el hombre cuyo único hijo acababa de morir, rasgó su vestimenta y gritó con mucha amargura.

"¡Yo maté a mi propio hijo! Si no hubiera avergonzado a este hombre pobre que vino a mi casa, mi hijo se habría sanado y habríamos podido vivir juntos. Ahora realmente sé que uno no puede juzgar a nadie según su vestimenta y su aspecto exterior, sino sólo por su inteligencia, sus conocimientos y sus actos."

No olvidemos jamás, que no es la ropa que hace al hombre.

 

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