EL MURO SAGRADO
Cuando el Rey Salomón estuvo por empezar la construcción del Santuario en Jerusalén, le apareció un ángel y le dijo:
"Salomón, hijo de David, sábelo que el edificio sagrado que quieres edificar, ha de pertenecer a todo el pueblo. Por ello, congrega a todo Israel y deja, que todo el pueblo participe en la obra, cada uno según sus fuerzas y capacidades."
Entonces, Salomón hizo un llamamiento a todo el pueblo. Nadie faltó: los príncipes y los nobles, los sacerdotes y los levitas, los ricos y los pobres. Todos se reunieron en el lugar convenido, cada uno en su puesto, y el trabajo fue distribuido por sorteo. La pared oriental se les encomendó a los ricos. A los príncipes, se les encargó la parte de las columnas y de las escaleras. A los sacerdotes, les correspondió el Arca Santa y sus cortinas, y el muro occidental, a los pobres. Así fue la determinación del sorteo.
Se dio comienzo al trabajo. Los príncipes, los nobles y los ricos hicieron entregar los pendientes de oro de sus mujeres y de sus hijas, como también las piedras preciosas, todo destinado a la venta. Por el valor de estos objetos, adquirieron la madera de cedro para el revestimiento de las paredes y del piso; cipreses para las puertas y madera de olivo para los marcos de las puertas y portones. Capataces exhortaron el trabajo con palabras duras: "Eh, haraganes, ¡apúrense!"
Pronto estuvo terminada la parte del trabajo que había correspondido a los príncipes, a los nobles, a los sacerdotes y a los levitas. Pero el trabajo de los pobres avanzaba con lentitud. Ellos no tenían la posibilidad de contratar jornaleros para que éstos les aliviaran su tarea. Tuvieron que efectuar ellos mismos todo el trabajo; ellos, sus mujeres y sus hijos. Todos juntos.
Tampoco podían costear cosas preciosas para los adornos, ni hacer llegar desde tierras lejanas los materiales necesarios. Acarreaban las piedras desde una gruta cercana y, con el sudor de su frente, suministraban su aporte a la construcción del Templo, erigiendo así el Muro Occidental.
Cuando el trabajo de la construcción del Templo había terminado y el Templo ya brillaba con toda su hermosura y esplendor, Dios eligió para Su morada el Muro Occidental y dijo:
"Muy querido es para Mi el trabajo de los pobres, y Mi bendición reposa sobre él."
Y se dejó oír una voz suave que se agregó a las palabras del Eterno: "¡Nunca, jamás abandonará Dios el Muro Occidental!"
Cuando muchos-muchos años después, el enemigo destruyó la Casa construida a Su gloria, bajaron ángeles del Cielo y extendieron sus alas sobre el Muro Occidental y pronunciaron el siguiente vaticinio:
"¡Jamás será destruido el Muro Occidental!"
Visita Nº